Homenaje a Chespirito: De una bonita vecindad al mundo

lunes, diciembre 01, 2014


roberto gomez bolanos

Antes de su fallecimiento, la obra de Roberto Gómez Bolaños ya había pasado a la inmortalidad.

Es raro ver a varias generaciones de latinoamericanos conmovidas por una misma razón. La partida a los 85 años de Roberto Gómez Bolaños, creador de uno de los más grandes íconos de nuestra cultura, es una de ellas

Hay gente a la que no se puede dejar morir. No porque la persona no tenga derecho a hacerlo, sino porque la obra que deja tras de sí ya hace tiempo que no le pertenece y se sabe que, de algún modo, siempre estará viva.

Es lo que pasa con Chespirito. La persona, el escritor, director, productor, compositor musical y actor de televisión y cine Roberto Gómez Bolaños, falleció n su casa de Cancún, México, tras padecer distintas enfermedades durante largo tiempo. Pero su obra se queda aquí, intacta, en los corazones no de una, sino de varias generaciones de latinoamericanos que la reclamamos como nuestra.

Lo que logró Chespirito no fue poca cosa. Su trabajo marcó para siempre la historia de la televisión y la cultura de masas en este continente. Y en ese sentido no le quedó grande el apodo de “pequeño Shakespeare” que le diera un compañero de trabajo, porque los personajes y las historias que creó tienen para los latinos el mismo nivel de universalidad que las que hizo, a su escala, su homónimo inglés. Chespirito y su obra, nos pertenecen.


Recuerdo al menos tres momentos que me sirven para ilustrar el impacto que ha tenido el trabajo de Chespirito en nuestra identidad. Hace más de 10 años tomaba junto con un grupo de periodistas de distintos países latinoamericanos un taller de narración en Barranquilla, Colombia. 

La noche que llegamos, nos sentamos a conversar y claro, la política y la economía de nuestros países respectivos era el tema de partida. Pero ganada la confianza, pum, apareció El Chavo. Empezamos todos a recordar la serie, los personajes, los episodios. Todo como si acabara de suceder. Y eso nos unía. En eso nos parecíamos todos.

Hace unos meses llegué a Canadá, donde hay una comunidad de hispanos que crece todos los días. Y ya en dos ocasiones, El Chavo de nuevo se ha sentado a la mesa con nosotros. En una, porque alguno del grupo soltó un “fue sin querer queriendo”, que los compañeros mexicanos identificaron como propio de inmediato. 

En otra, la que mejor recuerdo, mi hija de un año halaba insistentemente el mantel de la mesa de nuestro primer Día de Acción de Gracias y yo le decía “nena, deja el mantel. No vayas a hacer como El Chavo en Acapulco”. Los anfitriones, una familia compuesta por peruanos, chilenos y venezolanos rió instantáneamente. 

Pero el esposo de la hija menor de la familia, que es quebequense, pidió traducción. Y me dio un poco de vergüenza haber hecho un chiste tan autorreferencial, hasta que ella simplemente le dijo en inglés “¿te acuerdas de El Chavo?”. Y él se acordó y sonrió también.
El Chavo nos une. Es tan latino como las distintas versiones de la arepa y el tamal, como el cebiche, los frijoles negros, la panela, el dulce de leche y el ají. El Chavo es uno de los nuestros.

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