Cynthia Daily, una estadounidense de 46 años que recurrió a la fundación “in vitro” para quedarse embarazada, decidió investigar cuántos nenes compartían el esperma con el que había nacido el suyo.

Siguió la pista hasta descubrir que su hijo de 7 años tiene 149 hermanos de sangre, es decir, chicos nacidos del mismo esperma pero que viven en distintas familias.

Entonces contactó a las familias y juntó a los vástagos del donante. “Es fantástico cuando los vemos a todos juntos. Son iguales”, asegura Daily quien ya ha disfrutado de varios periodos vacacionales con las familias de los otros niños.

Ella no es la única. Según cuenta el diario New York Times, cada vez hay más padres que descubren que sus hijos tienen desde 20 a 50 hermanos repartidos por el país.

“Esto les asusta”, dice Wendy Kramer, fundadora del Registro de Hermanos por un Donante. El tema plantea un dilema ético bastante complejo y muchos médicos están pidiendo que se limite la cantidad de donaciones, por las que los donantes reciben un pago.

Es que hay familias que no saben cuántos hermanos tienen sus hijos, y los hijos, cuando crezcan, no sabrán que sus hermanos de sangre son hermanos de sangre. Y pueden llegar a cometer incesto sin saberlo.

El riesgo es la difusión de cualquier enfermedad rara entre la población por los incestos entre personas que no saben que son hermanos o hermanas por parte de padre.

Pero a los bancos de esperma parece no importarles: ganan millones y millones vendiendo fertilidad a parejas que no pueden concebir, sin ningún tipo de límite.

Inglaterra, Francia y Suecia limitan el número de hijos que se pueden generar de un mismo padre, hecho que no está controlado en Estados Unidos pese a que la American Society for Reproductive Medicine recomienda limitar las concepciones por cada donante a 25 nacimientos sobre una población de 800.000 personas.

Nadie es capaz de estimar el número de niños que nacen de esta manera en Estados Unidos. Algunos expertos hablan de entre 30.000 y 60.000, o quizás más.