
Siete vidas jóvenes y productivas se cobraron la marea alta y la profusa
lluvia en un domingo amenazado por tormenta en la costa Noreste del
país. Siete dolores hondos para igual número de familias con la segura y
muy negativa repercusión en los huérfanos de padres y madres ahogados.
Sin el debido permiso, sin supervisión, sin salvavidas, pero muy felices
surcaron el mar. Ahora quedan tumbas con cadáveres teñidos de muerte,
sal y sol. Como pueblo somos reincidentes en las tragedias que
evidencian la burla diaria que colectivamente le hacemos al sentido
común y particularmente a la ley.
La imprudencia adulta de Varadero en la provincia María Trinidad Sánchez
se repite diariamente entre los cocoteros de Nagua, donde conductores
de motores- de ambos sexo- transitan como aviones por tierra sin la
mínima seña de casco protector. Al igual los autobuses que acampan en la
calle 30 de marzo de Santiago, con tal de evitarse media cuadra de
camino se cruzan en vía contraria hasta llegar a la 27 de febrero. Ese
es un peligro grave y diario que solo le prestaremos atención cuando
haya que recoger los muertos.
Lo mismo ocurre con el influjo vicioso del whatsapp. Ensimismados en sus
aparatos, la importante atención al conducir se quiebra por priorizar
responder mensajes en esta valiosa herramienta de comunicación. El
descuido al volante es culpable y lo será de los accidentes que nos
tienen encabezando tenebrosas cifras por colisiones en las vías
dominicanas.
Nos hace bien una campaña para cultivar la prudencia, el sentido común y
el respeto a la ley. Para ello no hace falta ensuciar la ciudad con
pancartas y afiches. Cada quien aporte su chin de lógica, su ración de
amor desde el lugar que le toque ocupar. Más prudencia, menos tumbas.
¡Manos a la obra!
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